UNA SEMANA ENTRE FÉLIX URE Y EL LOCO RIVAROLA
Jueves 7 Cuesta leer Diario de la Argentina como la muy buena novela que es. Entre el lector y el texto se interpone una y otra vez, línea tras línea, el álgebra de despejar módicas incógnitas como Sofía Basualdo de Alcalde, Mauricio Aizemberg, Fermín Malvárez Ferrer, Bagnatto, Garpani, Boris Goeringer o Plinio Tiberio. (- ¿Pero en serio le pasó eso a Jorge Asís y Alberto Ferrari aquel verano en Mar del Plata? - ¿Acaso importa?). Tal vez sólo pueden leerla como novela los jóvenes, aquellos a quienes el pasado de Asís como columnista de Clarín los tiene sin cuidado. Aquellos a quienes Asís les parezca, en verdad, un Salieri del Loco Rivarola.
Una tentación parecida acecha al lector de La puta diabla, de Fito Paéz. El haber sido contemporáneos de Fito nos hace verlo a él detrás de Félix Ure, o a Cecilia Roth detrás de Genoveva, o captar al vuelo la broma de quién es el esperpéntico líder derechista Mamo Ciram. (Quién es la torturada y ardiente Casimira averígüelo por su cuenta, amiga lectora, amigo lector). Al final somos todos una manga de chismosos, empezando por Adolfo Bioy
Casares, que en su Borges se aburrió de fungir de Jorge Rial del pequeño mundo de los literatos porteños de mediados del siglo XX. Así haya sido cincuenta años en diferido.
Viernes 8 No es un secreto que el Morelli de Rayuela es Cortázar, o que detrás de Hank Chinaski se esconde y se revela Charles Bukowski. Tampoco que el Jerry Seinfeld de Seinfeld es una versión caricaturesca del humorista, al igual que el Larry David de Curb your enthusiasm. El querible Soriano de Triste, solitario y final es y no es el autor: ambos comparten el nombre, el aspecto físico, la profesión, las costumbres verbales, las pasiones, los odios y las ideas, pero no la frecuentación de John Wayne y James Stewart o el rol de Sancho Panza de ese Quijote angelino que es el detective Philip Marlowe, que por cierto es un personaje ficticio. Pero el juego entre realidad y ficción acaba ahí: nadie emprende la aventura de Rayuela o Seinfeld esperando revelaciones acerca de vidas privadas o negocios públicos. A Diario de la Argentina y La puta diabla las precede su fama: el tácito contrato de lectura nos veda leerlas como ficción pura, por más que a menudo sospechemos que hay episodios enteros que sólo sucedieron en la imaginación del autor.
Sábado 9 Mis primeros recuerdos de Jorge Asís datan de inicios de la primavera alfonsinista, de un engendro crudamente oportunista de Jorge Fontevecchia llamado Libre, pródigo en chicas semidesnudas y en denuncias de los crímenes o las corruptelas de la dictadura: o sea, todo lo que los medios de Fontevecchia no habían osado ser hasta bien entrado 1982. (En suma, Libre era una afanadaptación de la Interviú del Destape de una España democrática que al borde de los años ochenta había dejado atrás cuatro oscuras décadas de dictadura franquista). En esa Libre también la rompían las sarcásticas columnas de Roberto Pettinato, de quien tal vez los memoriosos hoy recuerden un reportaje a Charly García con fotos de la estrella sentada en el inodoro. (Con qué poco alcanzaba para crear un escándalo entonces...). Pero estaba hablando de Jorge Asís, que en esa revista se daba el lujo de, por ejemplo, publicar que la oficina de la campaña presidencial de Raúl Alfonsín había sido pagada por los capitanes de la industria del Grupo Bulgheroni, algo que en esa democracia aterrorizada por el recuerdo de la dictadura no se debía decir, para no hacerle el juego al muy vívido fantasma del enésimo golpe militar.
Porque el Jorge Asís de 1984 había pescado al vuelo algo que Jorge Lanata también decía haber entendido pero que parece haber olvidado desde 2015: que el periodismo oficialista no es negocio, y muy probablemente ni siquiera es periodismo. Y además había sufrido el rechazo militante de la intelectualidad progre de la época, liderada por otro escritor abiertamente ignorado por las academias, un ofendidísimo Osvaldo Soriano: Asís se había desencantado muy tempranamente del marxismo y de la izquierda armada, y había osado reflejarlo en páginas muy leídas, en años en que responderle esbozando una defensa pública de aquellas ideas equivalía a una
sentencia de muerte. (¿Hace falta aclarar que a sus antiguos compañeros de militancia les parecía algo tan intolerable como un quebrado, al que encima le iba bien?). Asís se había convertido en un columnista popular en aquellos tiempos espantosos, bien que bajo el seudónimo de Oberdán Rocamora, y por si fuera poco había vendido centenares de miles de ejemplares de su novela Flores robadas en los jardines de Quilmes, mientras muchos de sus colegas no podían publicar ni una línea por culpa de la censura. Con el retorno a la democracia, esas cuentas le fueron cobradas puntualmente. Pero Asís se vengó de la inquina de sus pares desafiándolos en cada ocasión en que le era posible hacerlo. Para 1988 ya estaba escribiendo para El Informador Público, medio predilecto de las operaciones de prensa del todavía vivo Partido Militar, y concedía reportajes que admitían el sencillamente extraordinario título "soy el SIDA de la literatura argentina" (CantaRock nro. 94, febrero de 1988, página 42). En años posteriores, simultáneamente a convertirse en un provocador televisivo genial, ejerció el dandysmo de defender una causa tan perdida como el menemismo, fue candidato a vicepresidente rentado del hoy olvidado con entusiasmo Jorge Sobisch, fungió de anunciador serial del ahora-sí-inminente fin del kirchnerismo desde al menos mediados de 2007, se cubrió de indignidad como mayorista de carne podrida, divirtió a su pesar como fallidísimo analista político (aquí otra perla) y nos asestó un imperdonable estilo de escritura de columnas políticas que desgraciadamente hizo escuela: esto es, Cuñado, esas oraciones cortas, entorpecidas por frecuentes comas, que en este sitio nos hemos divertido parodiando. Más de una vez. Y todo esto me hizo perder a un novelista brillante, al que llegué muy tarde.
Domingo 10 Probablemente el Pomelo de Capusotto y Saborido clausuró el rock argentino. Si la edad de oro del tango canción comprende los cuarenta años que separan Mi noche triste de Afiches, 1917 de 1956, dos o tres generaciones, algo parecido puede decirse de nuestro rock: de La Balsa a Pomelo hay cuarenta años, dos o tres generaciones, 1967 a 2007. No por nada en estos años arrecian los libros escritos desde el rock, incluso por protagonistas como Fernando Samalea o Andrés Calamaro. (¿Qué se puede hacer salvo escribir libros? ¿Qué puede hacer un pobre chico salvo escribir un libro acerca del rock?). Y está la ignorada novela de Fito, mezcla rara de Museta y de Mimí, remota descendiente de la prosa del verdadero padre del ethos del rock, Henry Miller.
Félix Ure como un artista exitoso y genial, injustamente vilipendiado por periodistas que no lo comprenden, consumidor de drogas poco menos que en calidad de sommelier, amante (ejem) bien dotado y deseado por todas las mujeres: difícil no resumir en hibris. Félix Ure como un artista torturado por el dolor lacerante de haber perdido a su madre a muy temprana edad, dolor que aturde todas sus relaciones con mujeres y lo extravía en el páramo del desamor y la angustia existencial: difícil no resumir en catarsis. Félix Ure pasando el 2018 perdido en la calle, como un mendigo sin techo del sur de la ciudad de los pibes sin calma, sublevado por la ira de ver a su amada Genoveva casarse con el jefe de gobierno de la ciudad y muy probable presidente de la Nación a partir de 2019, un empresario conservador prepotente e ignorante que responde al anagramático nombre de Mamo Ciram. (La novela es de 2013. Fito pecó de optimista con respecto a nuestro 2015, parece). El final de la historia es La fiesta inolvidable (The party) intervenida por la Nueva Izquierda norteamericana de los años sesenta: a Abbie Hoffman o a Jerry García les hubiera encantado. Y tiene bastante más gracia y más arte que los insultos que Fito dedicó a los votantes porteños que consagraron a Mauricio Macri. Está claro el camino, maestro.
Lunes 11 ¿Y qué escribía Jorge Asís en Clarín entre 1976 y 1982? No necesitamos imaginarlo: hay una recopilación de sus artículos llamada El Buenos Aires de Oberdán Rocamora. Primera constatación de lectura: Asís se divertía como un pibe con esas notas, y ese disfrute se transmitía al lector. Segunda constatación de lectura: estaba (re)escribiendo las aguafuertes de Roberto Arlt en el Buenos Aires de la dictadura. Tanto que, inteligentemente, se adelantó él mismo a subrayarlo, antes de que alguien se lo reprochara: en Reencuentro con Artl acompaña a su maestro, “su saco arrugado, atormentado y seco como yo”, en un viaje en subte, del que e
l autor de El juguete rabioso se baja a la altura de la calle Río de Janeiro para ir a la redacción de El Mundo y Asís sigue hasta Clarín. Recupera el gran tema arltiano de salvarse, de zafar del yugo del trabajo y la pobreza, pero no ya con un invento, sino con un pleno en la ruleta financiera de Martínez de Hoz y Videla, la abuela de la timba de LEBAC y BOTE de Sturzenegger y Macri. (Una nota se titula Si quiere ser feliz, compre papeles; otra, Tristezas de pequeño especulador). “La guita, hermano, that is the question”, porque "la propiedad ya no solamente no es un robo, para el segmento más largo se convirtió en una pesadilla", afirma en El porteño en su selva. El dinero, la falta de dinero, la búsqueda del dinero: constantes que apuntan a una melancólica y pesimista visión de la existencia.
Tercera constatación de lectura: en el desierto de la dictadura, había notas que eran un oasis de fantasía, como ¿Quién dijo que se acabó la milonga? y sus bailarines que encuentran en el tango un refugio ante tanta tristeza, o los artículos acerca de las temporadas veraniegas en Mar del Plata o Punta del Este, cuya trastienda se describe (¿o ficcionaliza?) inimitablemente en Diario de la Argentina. Otras eran un oasis de realidad, como Cita en Primera Junta, sobre la bolsa de trabajo de personal doméstico, o La cédula ya forma parte del cuerpo, que testimonia la permanente presencia de las fuerzas de seguridad en la calle y la constante requisitoria de documentos de identidad, o esa maravilla de de pura destreza literaria que es Blues de la Línea B. En La romana se atreve a hablar de muertos y exilios. El tono del artículo es el no future punk pasado por el tango y por la derrota de los sueños de la juventud maravillosa: “ninguno de los dos tiene ya visión de futuro, ni esperanza, ni euforia. Somos otros, crecimos entre el dolor y la decepción (…). La dolce vita ya pasó, pienso, la vida de dulce no tiene un pepino; paro un taxi, ordeno hacia la Piazza Navona”.
Asís también recupera otro tópico de Arlt, el de las relaciones entre hombres y mujeres, zona de confort si las hay para el picaflor que hay en él. ("Terapia vaginal", escribe por ahí). En Escena junto a la ventana del café es testigo de una ruptura, en Noche del Petit Colón filosofa acerca del levante ("lo único policlasista es la belleza"), en Alquileres para seguir en familia escribe acerca del divorciado que no se puede ir del hogar porque no tiene dinero para alquilar solo, en Demasiado fértil inventa un padre de familia numerosa al que le sugieren la vasectomía en vez de la ligadura de trompas de su esposa, en Generación de separados describe la espantosa tarde de sábado de un divorciado a cargo de su hijo, en La propina de Dios testimonia las angustias de un cuarentón enamorado de una veinteañera. (Casi una glosa del discepoliano "si yo pudiera como ayer / querer sin presentir").
Martes 12 Quien alguna vez pasó hambre y frío, peor aún, quien vio a sus hijos pasar hambre y frío, entiende que ése es el mal absoluto, y que todo lo demás es negociable, más aún en años en que los ideales se fueron a la B. Extraer de esa idea una excusa para las propias bajezas es, adjetivaría Borges, deleznable; formarse a partir de ella una ética de la comprensión de nuestra débil naturaleza de pecadores es poco menos que el ejercicio de la santidad. Asís no juzga, comprende. Demasiado tiene consigo mismo: algunos de los mejores pasajes de Diario de la Argentina son los introspectivos, aquellos en los que desmonta su egolatría superficial y se descubre lleno de culpa. Las canchereadas enmascaran una profunda inseguridad, el éxito es una incomodidad y el escepticismo es cómodo: es el refugio preventivo del que teme el fracaso.
Miércoles 13 La obra maldita de Truman Capote es Plegarias atendidas, que empezó a escribir en 1972 y no pudo terminar nunca. Un poco para obligarse a a acabarla, fue publicando algunos capítulos en la revista Squire entre 1975 y 1976. Para qué. Capote se había atrevido a usar las confesiones de sus amigos de la alta sociedad de Nueva York para retratar ese mundo, su mundo, y el resultado fue de una crueldad predecible. Amagó una defensa: “¿Qué se esperaban? Soy un escritor y me sirvo de todo. ¿Es que esa gente se pensaba que me tenían para entretenerles?”. Jorge Asís se defiende de una manera parecida cuando le critican las indiscreciones de Diario de la Argentina. Sospecho que a nadie le molesta que revele, así fuere en sordina, los amoríos de la viuda de Noble, la triste decadencia del frondicismo o se adelante a su tiempo en la desmitificación del cuarto poder: sí me parece que expuso innecesariamente algunas debilidades del periodista que disimuló tras el nombre de Boris Goeringer, más allá de que el episodio que culmina con su partida a la Base Marambio es uno de los mejores momentos del libro y, tal vez, hasta un motivo de secreto orgullo para el inspirador de tales páginas. ¿Ventilar infidelidades de compañeros de varios años, así fuere con nombres supuestos, o como revancha de pasadas humillaciones? El único atenuante posible es escribir un gran libro, y creo que Asís lo hizo.
¿Se respetarán mutuamente Páez y Asís, más allá de haber estado casi siempre en veredas políticas opuestas? ¿Habrán tenido novias o amantes comunes? ¿Compartirán el odio por algún figurón de la intelectualidad porteña? El Turco salió en defensa de Fito, o algo así, en ocasión de su ya célebre y destemplado exabrupto contra el votante porteño: "basta de dilapidar a Fito Páez, pido indulgencia colectiva, su aproximación a la política pasa por el arte, es arbitrariamente emocional”.
Once y seis y El chico de la tapa, por lo pronto, son dos viñetas urbanas que Rocamora podría haber escrito, así como Blues de la Línea B podría haber sido una letra de Giros, hasta en la referencia cinéfila a Ives Montand y el detalle de detenerse en qué estará pensando la chica linda del vagón del subte.